Hollia Shrine es como Daire se refiere a este altar. Le pedí que trajese consigo, en una de sus visitas a Madrid, todo las cosas que guarda de mi. En la puerta de su armario es donde suelen estar todas pegadas. La idea de los altares de hecho surgió a partir de una broma entre nosotros.
Como el altar de Daire, tiene un retrato como imagen principal. Éste está cubierto por un velo que transmite la idea de intimidad. Es una tela bordada que encaja con la idea de guardar cosas íntimas, preciadas y privadas. Lo he utilizado también sobre texto y envolviendo las cartas para que no se pueda leer el contenido.
En las puertas, por dentro, y detrás del retrato hay partes de cartas que yo le he mandado. En la parte de abajo dos retratos pequeños enmarcados y con un ojo debajo. Le mandé mis ojos.
Collage, dibujos, fotos y recortes recubren las paredes del inteior y un fajo de cartas se apolla contra la pared del fondo cerrado con un lazo. Muestro recortes de una historia. Son objetos que no acaban de mostrar nada, pero que hacen que el espectador se haga una idea de la historia de otro. No narro con palabras, empaqueto recuerdos, creo un espacio sagrado, dejo que la curiosidad recorra un espacio vetado, dirijo la mirada del espectador ávido de imaginar una historia. En realidad no cuento nada, porque la mejor historia está en su imaginación.
La historia está en los objetos, en el hecho de construir un altar para otro, en el hecho de meter los objetos del ausente, sus imágenes y su palabra escrita a mano en un contexto. Más que el contenido yo hablo de un contexto, de un lugar. De un altar que simboliza el lugar que ocupan los recuerdos que nos importan en nuestro interior. ¿El lugar de la ausencia?